El pueblo Tuareg, rey del desierto del Sahara. Pueblo nómada que controló el comercio durante siglos en esa zona inhóspita del norte de África. Pueblo dedicado al pastoreo y pueblo indomable con la gallardía, la nobleza y el valor de los mejores guerreros y con el misterio de las leyendas que cuentan su origen atlante cuando una reina, Tin Hinan, dirigió su destino. Los tuaregs entierran a sus muertos en ceremonias sencillas, cortas y solemnes, funerales que en Simboliza se denominan ‘Despedidas del Cuerpo’.
Tras el sepelio, el cortejo fúnebre acompaña a la familia de la persona fallecida al interior de su vivienda, donde se sirve un banquete. Curiosamente, al igual que los mongoles o los guajiros colombianos, la etnia tuareg evita pronunciar el nombre de quien ya no vive para impedir que la muerte llegue a por más víctimas. Así lo cuenta el antropólogo británico James Frazer en su libro ‘La rama dorada’.
Para sellar el fallecimiento, colocan dos piedras en la tumba si es hombre: una en la cabeza y otra en los pies; en caso de tratarse de una mujer, llevará otra más… en el vientre.
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